Cuando yo era pequeña no se hablaba de feminismo y, de hecho, en mi entorno veía todo lo contrario. Si fuera consecuente con la educación que recibí, debería haber sido de todo menos feminista. Sin embargo, por alguna razón que desconozco, no salí así. Encontraba que las cosas no estaban bien, que no deberían funcionar como lo estaban haciendo. Tenía una visión muy crítica de todo. Siempre creí que nadie podía ser superior a mí simplemente por ser hombre. Me parecía absurdo.
Sin embargo, mi abuela pensaba de forma muy distinta. Para ella, las mujeres no éramos nada. Nuestro trabajo se limitaba a limpiar y atender a los hombres, nada más. Es curioso porque, pese a que mi abuelo abandonó el hogar y ella se ocupó de todo y sacó a su familia adelante, en esa casa siempre tuvieron prioridad los hombres. Todo giraba en torno a ellos y yo no lograba comprenderlo. ¿Por qué yo tenía que limpiar mientras mi hermano veía la televisión? Aunque solo tenía nueve años, lo pasaba muy mal. Creo que ni hablaba…
Mis padres no me habían enseñado eso. Mi hermano y yo teníamos las mismas responsabilidades y nos trataban igual. Pero cuando estábamos en casa de mi abuela, las normas eran otras. Y, por desgracia, cuando mis padres se separaron nos tocó pasar muchas horas en esa casa. Aunque no siempre lo conseguía, trataba de no pelear. Sabía que mi madre nos dejaba allí porque no tenía otra opción y yo era consciente de la situación en la que se encontraba. Ella me apoyaba en todo y eso hacía que la criticaran mucho. Cómo se le ocurría criar a una hija tan rebelde…
Yo era aquella de la que nadie tenía nada bueno que decir…
Esa niña supuestamente rebelde se hartó. En cuanto pude me fui a estudiar a la capital. No fue fácil. Era una ciudad caótica y peligrosa, en la que viven más de nueve millones de personas y en la que me pasaron cosas horribles. Sin embargo, por primera vez en mi vida, me sentí muy bien. Por fin estaba sola y nadie juzgaba ni mi educación ni mis principios. Había logrado alejarme de esa parte de la familia y no pensaba regresar. Ni siquiera cuando dejaron de criticarme tras haberme licenciado en Medicina. Entonces sí, dejé de ser la oveja negra y todo el mundo me quería… Eso todavía me resultó más molesto. No me había convertido en médico para agradarle a mi familia.
¿Mi respuesta? Irme todavía más lejos. Vine a Alemania a estudiar alemán y aquí seguí con mi lucha particular. ¿Cómo? Pues decidí meterme en una especialidad médica que siempre ha estado reservada a los hombres: la cirugía. Además, con el agravante de que en este país es un campo generalmente destinado a hombres blancos, altos y alemanes. Yo soy mujer, colombiana y bajita. Evidentemente, el motivo principal por el que escogí esta especialización es que me apasiona y que para mí no hay nada mejor que un quirófano. No obstante, sí creo que todo lo que he vivido ha debido de tener alguna influencia en mi decisión.
Esto es una lucha diaria. No hay día en que no te quieran discriminar de algún modo. Que todos los días te llamen «enfermera» cuando en tu bata pone que eres doctora, que por ser mujer te traten distinto… Y es que es muy evidente. Mis propios compañeros me dicen a la cara que la cirugía no es para mujeres o cuestionan mi decisión de no tener hijos porque consideran que mi deber es ser madre y dedicarme a cuidar de mis hijos. Eso nunca se lo dirían a un hombre. ¿Por qué me lo dicen a mí? No logro comprender esa necesidad de decirnos a las mujeres qué debemos hacer.
Es agotador tener que responder a diario a comentarios de ese tipo. Quizá podría hacer oídos sordos… no puedes estar de mal humor todos los días. Sin embargo, callarme no es una opción. Aunque no me reporta nada bueno, siempre respondo. Dudo que aprendan, pero si no alzamos la voz nosotras, ¿quién lo va a hacer? Con los únicos que me callo, aunque no siempre, es con los pacientes. Recuerdo que a uno lo dejé bastante sorprendido. Cuando me llamó enfermera por enésima vez, le pregunté: ¿Cómo me llamaría si fuera un hombre, doctor, verdad? Se quedó mudo.
Por suerte, parece que las cosas están cambiando. Es esperanzador ver que las mujeres estamos tomando conciencia de ello y hablando del tema. Puede que a algunos les parezca demasiado radical, pero así son las cosas. A veces hace falta llegar a tales extremos para que las cosas acaben cambiando. Mírame a mí, escogí un oficio en el cual soy todo lo opuesto a lo que debería ser y eso no me frena. Al contrario, me gusta mucho. Me hace sentir muy bien. No solo adoro mi trabajo sino que, en cierto modo, también es mi forma de luchar contra el machismo.
Me encanta lo que está pasando en España, me emociona y me da mucha fuerza.
2 Comentarios
Me ha encantado la historia, Dolors. Me alegró muchísimo en que no hayas hecho caso a lo que te decían… 🙂 Historias así hay que contarlas muy alto.
Muchas gracias, Maite. Me alegro de que te haya gustado.