La gente nunca me creyó. Contaba a todo el mundo que tenía padre, que estaba lejos, pero que lo tenía. Mi madre siempre me hablaba de él y yo lo explicaba orgullosa a mis amigas, «vendrá a buscarme en un avión». Sin embargo, las cosas eran muy difíciles en tiempos de guerra, y pasaron los años y ese avión nunca llegó. Lo único que llegó fueron sus cartas, la última después de empezar la Segunda Guerra Mundial, en 1942. Ahí le perdimos el rastro hasta que, ya de mayor, me puse a leer cada una de sus palabras y sentí que tenía que encontrarle. Necesitaba saber qué había ocurrido, saber por qué no le habíamos vuelto a ver y, quizá, demostrarles a todos que mi padre existía, que mis hijos tenían un abuelo.
Cuando le dije a mi madre que quería buscarlo, su respuesta fue clara. «Siendo como eres, seguro que lo encuentras».
Las cartas no eran muchas, pero fueron suficientes para poder conocer su historia con mi madre y, lo más importante, para encontrarle. Mi padre venía de Croacia –que en aquellos momentos era Yugoslavia– y llegó a España por casualidad. Unos años antes había emigrado a América y en su camino de regreso a su país pasó por Barcelona, donde la estatua de Colón despertó su curiosidad por la ciudad, y decidió quedarse. Entonces se puso a trabajar de chófer para unos señores de mucha categoría que veraneaban en el pueblo de mi madre. Allí se conocieron, empezaron una relación y, tres años después, mi madre se quedó embarazada. Se querían y se fueron a vivir juntos, pero con la llegada de la Guerra Civil todo se complicó.
A él no le incumbía nada esa guerra, era extranjero. Pero un verano los piquetes fueron a la casa de los señores y les incautaron el coche y el chófer. Eran gente que trabajaba en el bosque, así que necesitaban a alguien que supiera conducir y le tocó a mi padre. Era eso o un tiro en la cabeza… Aun así, supo aprovechar la situación. Ayudó a mucha gente. Consiguió evitar robos, saqueos e incluso desapariciones. Sale en las cartas, él se lo contaba a mi madre por si necesitaba algo. Yo recuerdo cómo acabada la guerra, algunas personas me hacían regalos, unas almendras tostadas, unas nueces… El problema fue que le habían obligado a tomar partido, por lo menos de cara a las autoridades, y no le quedó más remedio que regresar a su país. Se fue el día que yo cumplía tres meses, y nunca más le volvimos a ver.
En las últimas cartas le pedía a mi madre que se reuniera con él. Le explicaba que tenía que ir hasta Italia y que allí nos recogerían. Ella no lo dudó ni un segundo, lo organizó todo y, justo cuando nos íbamos a ir, la palabra guerra volvió a sonar por las calles. Esta vez era la Segunda Guerra Mundial. «Está a punto de estallar una guerra y se encuentran criaturas muertas por las carreteras, ¿ya sabes lo que haces con una niña tan pequeña?», le dijeron. Se asustó y decidió abandonar sus planes. Poco después se terminaron las cartas y, con ellas, las noticias de mi padre. Y, bueno, la vida siguió hasta que un día, ya en la Transición, vi en la tele que había llegado a Madrid una delegación comercial yugoslava. «Esta es la mía», pensé. Las cartas de mi padre tenían el sello de la fábrica donde él trabajaba. Era consciente de que habían pasado más de treinta años, pero lo tenía que probar. Viajé a Madrid y, tras varias instancias oficiales y seis meses de espera, me llegaron noticias suyas.
Hacía siete años que había muerto, pero tenía una familia. Me hice una foto con mis hijos y les escribí. Les conté quién era y les pedí fotos de mi padre. Mi abuela las había quemado todas y para mí era importante tener una foto suya. Estaba nerviosa, quizá no les habría contado nada y no querrían saber nada de mí… Su mujer me respondió dos meses después y me dijo que él le había contado su historia con mi madre. Llevó una foto mía en la cartera hasta el día en que murió… Ella y yo nos escribíamos en francés. Ya no recuerdo quién me traducía las cartas, pero esa era nuestra forma de comunicarnos. Nos carteamos durante un tiempo, y un buen día ella dejó de contestarme. Supuse que ya se había cansado, hasta que unas navidades recibí una postal de mis hermanos.
Me mandó varias fotos, algunas de la época que pasó aquí. Estaba tan guapo…
Ese mismo día le dije a mi marido que me iba a Yugoslavia. «¿En serio vas a ir?», me preguntó incrédulo. Vaya si me iba, necesitaba conocerles, abrazarles, verles con mis propios ojos. Y como por aquel entonces tenía una tienda, hablé con uno de los proveedores que solía organizar viajes y le pedí que nos llevara a Yugoslavia. Escribí a mis hermanos y les dije el día y la hora en que estaría en Split, y allí me presenté en la fecha acordada. No sabía si acudirían a la cita, pero tenía que intentarlo. Casi me llevo un disgusto. Esperamos un buen rato, hasta que, de repente, vi a un hombre que venía hacia mí. ¿Te puedes creer que sin habernos visto nunca nos reconocimos a la primera? Y ninguno hablaba el idioma del otro, pero desde el primer momento nos entendimos a la perfección.
Después de ese viaje pasaron muchas cosas. Nos seguimos carteando, perdimos el contacto por la guerra de los Balcanes, volví a encontrarles gracias a la Cruz Roja, regresé una vez más a Croacia, encontré una intérprete para podernos llamar de vez en cuando y mi hermana, que ya no vive, pudo venir a visitarnos. No sabes lo que le gustó poder ver la estatua de la que tanto le había hablado nuestro padre. «El Colombo con el dedo así», me decía señalando con el dedo índice. Ahora ya no me atrevería a aventurarme de ese modo, ya soy muy mayor. Pero nunca tuve miedo a nada, y buscarles fue una de las mejores cosas que he hecho en mi vida.
8 Comentarios
Creo que lo pelos de punta me van a durar todo el día. Gracias por esta historia, Dolors! Me ha emocionado al máximo. Un besote gigante!
Gracias, Ana. Es una historia increíble.
Que preciosidad de historia. Me ha emocionado muchísimo. Que alegría volver a leer tus cartas e historias. Un abrazo
Muchas gracias, Maite. Yo también lo echaba de menos. Sí, esta mujer tiene una historia preciosa.
¡Qué mujer tan valiente! Gracias por la historia, Dolors, y me alegro mucho de volver a leerte :-).
Una valiente en todo, fue increíble charlar con ella. Muchas gracias, Tina. Ya tenía ganas.
¡Qué siglo tan lleno de historias! Y qué hermosa y triste es esta… ¡Gracias por compartirla!
A ti por leerla.