Siempre fue una niña muy nerviosa. Su mente iba tan rápida que incluso tartamudeaba. Aun así, los primeros años escolares no tuvo problemas. Las dificultades vinieron más tarde, en cuarto o quinto de primaria, cuando ya le tocaba concentrarse y estudiar un poco. En ese momento, empezamos a darnos cuenta de que algo no iba bien. Veíamos que en casa no hacía prácticamente nada y en la escuela las cosas no eran mucho mejores. Los profesores nos decían que había días que parecía que no hubiera ido a clase, y eso no era normal. Ahí fue cuando empezamos todo el proceso que concluiría con el diagnóstico de déficit de atención e hiperactividad (TDAH).
En los primeros años, antes de empezar el tratamiento, lo pasamos mal. Estábamos muy preocupados. Le decíamos lo típico: «tienes que estudiar, así no puedes seguir…». Por mucho que intentábamos ayudarla, no había manera. Primero yo y después su padre; acabó con nuestra paciencia. Incluso llegamos a enfadarnos y a compararla con su hermana. A ella no había que decirle nada. Se sentaba en su escritorio y hacía sus tareas. No era necesario insistirle. Todo lo contrario de lo que sucedía con Clara, que estaba siempre distraída. Sé que fue una equivocación por nuestra parte, ni enfadarse ni comparar son buenas opciones, pero estábamos desesperados. Cuando te encuentras en una situación así, te sientes tan perdido…
Yo recordaba que, en mi época, a los niños que no atendían se les sentaba en la última fila para que no molestaran. Evidentemente, no quieres que hagan eso con tu hija, pero tampoco sabes qué soluciones existen. Además, la forma que tenía Clara de afrontar la situación nos exasperaba un poco. Siempre ha sido buena niña y no ha dado problemas, pero es muy…, digamos, «pasota». Se conforma con cualquier cosa y no ve problemas en ninguna parte. Esa actitud, cuando tú estás nerviosa y preocupada, no ayuda mucho. Si bien, con el tiempo, hemos visto que para ella ha sido una ventaja, en esos momentos resultó bastante desconcertante.
Ahora veo que su actitud le ha ayudado a afrontar las cosas de forma distinta. Ella lo ha vivido todo con mucha más naturalidad y sin presión.
Por suerte, hubo dos factores clave que le fueron de gran ayuda. El primero, el apoyo del colegio y los terapeutas. En cuanto vimos que las cosas no iban bien, empezamos las sesiones con la psicóloga de la escuela y los profesores no la desatendieron ni un segundo. Enseguida advirtieron que había un problema de fondo y nos derivaron a la logopeda que, a su vez, nos aconsejó visitar a un médico para que valorara si necesitaba medicación. Fue un proceso relativamente rápido y la mejora de Clara se hizo patente desde el primer día. Nos encontramos con grandes profesionales que, a día de hoy, siguen preocupándose por ella. Me siento muy agradecida cuando me escriben y me preguntan cómo sigue la niña.
El segundo factor fue la danza. Clara ha bailado desde los tres años y, para nuestra sorpresa, con el baile no tenía problema alguno. Era capaz de aprenderse de memoria doce o trece coreografías y no equivocarse nunca. Cuando bailaba, la veías totalmente concentrada, parecía otra niña. Esa no era la Clara que nosotros conocíamos. No lográbamos entender cómo sobre el escenario podía ser tan distinta. Además, para serte sincera, yo tampoco comprendía que le gustara tanto el ballet. Es una niña tan movida que me parecía que necesitaba mucho más movimiento que el que, para mí, ofrecía la música clásica. Y mira por dónde que, no solo le gustaba, sino que le ha sido de gran ayuda para su TDAH.
Estoy segura de que el ballet le ha servido para centrarse.
Eso sí, nos costó verlo. Nosotros insistíamos en que tuviera estudios porque teníamos miedo de que solo se quisiera dedicar a la danza. Para qué engañarnos, no le veíamos mucho futuro. Supongo que, en el fondo, esperábamos que hiciera lo mismo que los demás. Sin embargo, con el tiempo, vimos que era feliz bailando y eso nos bastó. Si ella estaba contenta, no había motivo para oponerse a ello. ¿Qué había de malo en que fuera distinta? Nada, absolutamente nada. Es más, la disciplina que le han inculcado con el ballet le ha beneficiado mucho. Evidentemente, el apoyo que recibió del colegio y de los distintos terapeutas fue básico, pero el nivel de exigencia que tiene un arte escénico como esta ha sido de gran ayuda.
Los momentos de nervios no han sido pocos, si bien tanto ella como nosotros nos hemos esforzado mucho y nunca hemos tenido miedo a aceptar que tiene TDAH. Sé que algunos padres, por miedo o por alguna otra razón, cuando les dicen que hay un problema piensan que la solución está en cambiar de centro escolar. Sin embargo, esa no suele ser la mejor opción. Cada uno hace lo que cree mejor para sus hijos, pero tarde o temprano hay que aceptar que tu hijo tiene un trastorno que le perseguirá allí donde vaya. Nosotros decidimos seguir el consejo de los médicos y no fuimos reacios a que le recetaran medicamentos. A ella le iba bien y eso era lo importante, no había nada de que avergonzarse. ¿Que cuesta asimilarlo? Sí, sin duda alguna. Sin embargo, llega un momento en que o haces el cambio de chip o te vuelves loco. Nosotros optamos por tomárnoslo como ella, con alegría.
Los padres debemos confiar en los médicos y los terapeutas.
4 Comentarios
M’encanta llegir la vostre historia i veure lo valents que son aquests nens/es, jo també tinc un fill de 12 anys amb TDAH e IMPULSIU tambe a nosaltres hens varen recomanar medicació i se que és el millor que hem pogut fer per ell…pero sens dubte,es un nen genial,carinyos i amb una sensibilitat per ser noi bestial, no deixarem de lluitar mai per ell i amb ell per els seus sommis per dificil que sigui…
Francisca, l’enhorabona per aquest noi tan “bestial” 🙂
Que historia tan bonita!! Entiendo que sería durisimo esos años sin saber que hacer y desesperados por no poder ayudarla, me alegra que el ballet fuera su vía de escape y su medicina ??❤️
Gracias, Elisa. Clara es una gran chica.