Me fui a estudiar fuera de España obligada por el sistema. Hacía años que sabía que quería ser comadrona, pero aquí es muy complicado especializarse. Primero debes aprobar una oposición y después hacer la residencia. Aunque el proceso está bien pensado, salen tan pocas plazas que es casi imposible lograrlo. La última vez que hice el examen conocí a una chica que se presentaba por undécima vez. Ese fue el momento en que decidí que me iría a estudiar a otro país. Jamás hubiera pensado lo difícil que podía ser vivir en el extranjero, ni qué decir de lo complicada que resultaría la vuelta.
Cuando tomé la decisión, en 2007, ya llevaba unos años ejerciendo de enfermera. De hecho, fue trabajando en quirófano cuando tuve la oportunidad de asistir a una cesárea. Al ver nacer al bebé supe que quería ser comadrona. Nunca olvidaré ese momento tan mágico… Como tenía algunos ahorros y hablaba un poco de inglés, Inglaterra me pareció una buena opción; desde hacía años era el destino habitual de futuras comadronas españolas. Allí, el título de comadrona es una carrera y para acceder tan solo te piden el bachillerato y determinado nivel de inglés. Todo mucho más fácil que aquí.
Como siempre, la facilidad depende de con qué compares las cosas. Pensaba que sabía inglés. Creía que con lo que había estudiado en la escuela tendría suficiente… nada más lejos de la realidad. Mi nivel era tan bajo que tuve que irme antes para aprender el idioma. Durante ese tiempo viví en Londres. Suena muy bonito, ¿verdad? Pues deberías ver lo que alquilan como viviendas. En uno de los pisos que estuve, la gente tenía candados en las puertas e incluso habían convertido el comedor en habitación. Era bastante insalubre. En cuanto me saqué el certificado de inglés me trasladé a Birmingham, donde me habían aceptado para estudiar el grado.
Allí, la vivienda era más asequible y me pude ir a vivir sola. Creía que ese cambio me iría bien. Para mí sorpresa, no fue así. La soledad se apoderó de mí. En Londres, pese a tener un candado en la puerta, no estaba sola. Compartía piso y, en el fondo, me sentía acompañada. Nada que ver con Birmingham. Durante el día no lo notaba. El trabajo y los estudios ocupaban gran parte de mi tiempo, pero cuando llegaba a casa… Las paredes se me echaban encima. Estaba tan sola… No sé si era yo, el clima o el lugar, pero me sentí terriblemente aislada… Intenté cambiar mis rutinas, conocer gente y, sin embargo, no conseguí integrarme.
Emocionalmente hubo momentos duros, me sentí muy sola.
Con el tiempo conocí a algunas personas. En clase nos juntamos todas las que éramos inmigrantes o lo parecíamos, pero tampoco intimamos mucho. Jamás me sentí como en casa. Siempre tuve la sensación de que para unos no era más que una inmigrante y para otros simplemente no existía. No les juzgo, puede que no fueran conscientes de ello. Su carácter es muy distinto al nuestro, o quizás yo no lo hiciera del todo bien… Me trasladé sola a una ciudad en la que no conocía a nadie, con un idioma que no era el mío y en un país del cual desconocía las costumbres. Me lancé a una aventura de la que sabía más bien poco. Seguramente, más de uno pensará que me precipité, y tal vez esté en lo cierto, pero quería ser comadrona y esa era la única alternativa para lograrlo. Aun así, hubo muchos momentos en los que pensé en dejarlo todo.
Siempre podía volver y seguir trabajando de enfermera de quirófano, que era algo que me gustaba mucho.
No lo hice. Aguanté hasta el final, me saqué el título y trabajé hasta que tuve la experiencia suficiente para poder convalidar los estudios en España. Nunca olvidaré la fecha del regreso: 5 de diciembre de 2011. Estaba tan contenta de volver a casa… La vuelta, tan deseada y, a su vez, tan complicada… Me tocó volver a casa de mis padres y a una España que se encontraba en plena crisis. Aunque regresé con una propuesta de trabajo, cuando ya estuve en Barcelona la oferta no salió. Así que, cuando menos me lo esperaba, me quedé sin trabajo. No tuve más opción que ir a vivir con ellos. A mis 31 años y después de estar casi cuatro años haciendo lo que quería, eso supuso un paso hacia atrás.
Las cosas habían cambiado. Nada era ya igual que cuando me fui. Esto es algo con lo que nos solemos encontrar los emigrantes al regresar y es muy difícil de gestionar. A mí me costó encontrar mi sitio otra vez. No lo conseguí hasta unos años más tarde cuando, gracias a mi especialización, empecé a tener trabajo más estable. Ya ves, pese a lo mal que lo había pasado, la decisión de irme a Inglaterra resultó ser la más acertada. Ironías de la vida, esos cuatro años tan duros fueron los que me permitieron rehacer mi vida en España. Así que, aunque te parezca mentira, me volvería a ir. Es más, a cualquiera que me preguntara si vale la pena hacer algo similar, le diría que sí. Que se lanzara, con cabeza y preparación, pero que adelante. A mí, al final, me ha salido bien. Trabajo de lo que me gusta y, por fin, ya tengo mi propio hogar.
7 Comentarios
Una luchadora de su tiempo.
Así es, Enrique. Cada uno lucha en su época. Un abrazo.
Como todos vosotros!! Sólo que 40 años más tarde!!!
A mi parecer, creo que tanto fuiste valiente tanto para con la decisión de la ida, como para la de la vuelta. Y después también la de acarrear con las consecuencias de quedarse aquí, con un futuro no muy claro. Pero valió la pena y eso es lo que importa!
Me encantó el relato Dolors.
Gracias, Maria, por estar siempre por aquí. Un abrazo.
Muchas gracias María!!! La verdad es que fueron conplicados los dos tiempos (la ida y la vuelta) pero se lo recomiendo a todo el mundo!!
Muchas gracias Dolors por lo bien que me has escrito la historia!!! ??