Deseábamos con todo nuestro corazón ser padres, era algo que siempre habíamos soñado. Sin embargo, las cosas no estaban saliendo como habíamos previsto. Hacía muchos años que estábamos juntos y, pese a que lo intentamos todo, no había manera. Lo probamos muchas veces y de todas las formas posibles, pero mis embarazos nunca llegaban a buen término y nadie sabía qué ocurría. Así que cuando empezamos a acercarnos a los treinta decidimos que íbamos a adoptar. Sabíamos que era un proceso muy largo y no podíamos esperar más; de lo contrario, hubiéramos sido demasiado mayores.
Nos pusimos de acuerdo rápidamente. Yo tenía muy claro que, si no podía tener hijos, quería adoptar. Al fin y al cabo es lo mismo que hicieron mis padres conmigo. No nos costó decidirnos. Enseguida empezamos a investigar y mirar qué opciones teníamos. Las primeras informaciones no fueron muy esperanzadoras. A nivel internacional, muchos países se iban cerrando y, a escala local, la cosa estaba muy complicada. Nos dijeron que la espera sería de entre cinco y nueve años. Todo era muy desalentador.
Mientras que el embarazo es algo físico y es más de la mujer, en una adopción hay un embarazo psicológico de los dos. Se vive de forma muy distinta.
Aun así seguimos adelante, sin prisa pero sin pausa. Preparamos todos los papeles, hicimos los cursos y nos dieron el certificado de idoneidad. Nos permitieron intentarlo por las dos vías, nacional e internacional. Aunque sabíamos que la primera era prácticamente imposible, era una forma de mantener las dos opciones abiertas. Tardamos seis meses en tener todos los papeles listos. Ya solo faltaba esperar a que nos llamaran para España o para Rusia. Ese era el país extranjero que habíamos escogido.
Allí seguían abiertos a las adopciones internacionales y, además, conocíamos a otras parejas que habían adoptado niños rusos. No obstante, el país no estaba libre de controversia. Nos avisaron que el niño que adoptáramos podría sufrir síndrome de alcoholismo fetal. Nos explicaron bien lo que era y, pese a ello, decidimos seguir. Cuando lo tienes en la barriga, tanto si le falta un pie como una mano, es tu hijo. Pues para nosotros eso era lo mismo, no había diferencia.
Fuimos muy afortunados; tan solo año y medio después de iniciar el proceso nos llegó su foto. Era agosto y teníamos solo cinco días para prepararlo todo e ir a conocer a nuestro hijo. No sé muy bien cómo describir aquellos días. El tiempo que nos dieron para hacernos análisis, preparar visados y otras mil cosas fue tan escaso… pero no había alternativa: si no lo teníamos todo listo, nos anulaban el expediente, es decir, perdíamos a nuestro niño. ¿Conoces muchos centros médicos en los que te den los resultados de los análisis en cuatro días? Nosotros tampoco.
Nos tocó pedir favores por todas partes, movilizamos a la familia y a los amigos. Tuvimos suerte, logramos reunir todo lo necesario. Tras cinco días de mucho ajetreo, nos subimos a un avión rumbo a Rusia. Pronto íbamos a conocerle. En esos días, las emociones fueron muy fuertes. Estábamos tan nerviosos… Después de muchas horas de viaje, llegamos a nuestro destino: la casa cuna en la que lo habían cuidado desde recién nacido.
Allí estaba él, un niño de doce meses que era simplemente perfecto. Deseaba tanto abrazarlo… pero me tuve que contener. No éramos más que unos extraños y se podía asustar. Además, oficialmente, aún no era nuestro hijo. Todavía nos faltaban dos viajes más a Rusia y seis meses de espera. En ese viaje lo pudimos ver pocas horas, pero ya nos habíamos enamorado de él. Fue muy duro tener que volver a casa sin nuestro niño. ¿Te imaginas parir y no poder tocar ni ver a tu hijo durante meses?
En el siguiente viaje, seis meses después, fue más o menos lo mismo. Tan solo podíamos verlo una hora al día. El tiempo transcurría tan lento… pero no podíamos hacer otra cosa; en eso eran estrictos. Había procesos en curso y no podíamos hacer más que lo que nos decían. Una vez más, regresamos a casa con el corazón encogido. La espera resultaba eterna. Tardaron quince días en llamarnos.
Había ido bien, podíamos ir a recoger a nuestro hijo. Tan solo deberíamos estar unos días allí para arreglar visados y papeles y, por fin, podríamos volver a casa todos juntos. Esos pocos días se convirtieron en casi un mes y medio. Puedes imaginarte lo largo que se nos hizo… Era pleno invierno y estábamos a treinta y cuatro grados bajo cero. Salíamos muy poco a la calle. La traductora nos sacaba cada día un rato, pero lo que queríamos era llevárnoslo cuanto antes. A mí me daba miedo que me lo quitaran.
Cuando salíamos a pasear lo iba mirando todo el rato para asegurarme de que estaba allí. Era mío, no me lo podía creer.
Evidentemente, no lo hicieron y aquí estamos, casi cinco años después, con nuestra preciosa familia. La verdad es que fue una experiencia muy bonita y, si no me hubiera quedado embarazada por sorpresa, habríamos repetido. Eso sí, no tiene nada que ver con un embarazo normal. Es importante hablarlo muy bien con la pareja y tenerlo muy claro. Durante todo el proceso surgen momentos duros en los que las fuerzas flaquean y el ánimo te abandona. El proceso de adopción es una carrera de obstáculos, pero vale mucho la pena.
2 Comentarios
Emocionante historia Dolors.
Cuantas veces ocurre que cuando se empiezan los pasos para una adopción, la naturaleza ofrece un inesperado regalo.
Familia, os deseo toda la felicidad del mundo!
María, veo que no te respondí. Gracias por tu mensaje. Esta es una gran familia.