«Sois muy jóvenes, ya tendréis otro»

«Bueno, tampoco llegaste a conocerla, no es para tanto», «no tardéis mucho en repetir», «sois muy jóvenes, ya tendréis otro». Estas son algunas de las frases que oímos a diario los padres que hemos pasado por la dura experiencia de un aborto. Así, camuflados entre palabras bien intencionadas, cada día recibimos mensajes que nos rompen el corazón, mensajes que se espera que acojamos con una sonrisa, quizá incluso con un agradecimiento. El problema es que todo eso son solo palabras, consejos que no hemos pedido y, sobre todo, afirmaciones que no se acercan para nada a la realidad. Porque aunque solo la tuviera unas semanas dentro de mí o unos segundos encima o mi marido solo la pudiera coger en brazos para despedirse, sí la conocimos y sí es para tanto. Somos padres, solo que no de la manera esperada.

El día que decides tener un hijo tratas de pensar en todo. Te preguntas cómo será, si irá bien, e incluso te planteas qué harías en caso de que las cosas se torcieran. Crees que lo tienes todo muy claro. Sin embargo, cuando llega el momento, nada de lo que has dicho hasta ahora sirve. Vas a hacerte las pruebas de rutina y sale algo que no está claro. Es necesario hacer otro análisis, uno cuyos resultados se demoran casi un mes, y tienes la mala suerte de que se equivocan y se alarga algo más. Te preocupas. Pero, en el fondo, mantienes la esperanza. Tu barriga sigue creciendo, tu cuerpo se adapta, ya notas algo; tiene que ir bien. Solo será una prueba más, pero, por mucho que te intentes convencer, no lo es. Tus miedos se confirman cuando suena el teléfono un jueves por la noche. Son las ocho de la tarde; a esa hora no pueden ser buenas noticias. Y no lo son. Nuestra hija sufre síndrome de Down y ese mismo fin de semana tenemos que decidir qué hacemos; no se puede esperar más.

Es muy complicado tomar una decisión así. Hay que respetar a los padres; opinar cuando no te has visto en esa situación es muy fácil. No todos estamos en las mismas circunstancias.

Esa llamada nos cambió la vida. Hablamos con varios especialistas. «De cada diez mil, solo uno es autónomo. De entrada, no se podrá vestir», nos dijeron. «Sea cual sea la decisión que toméis, estará bien», insistían. No sabíamos qué hacer, nos acababa de caer una bomba encima y no estábamos preparados. No nos educan para tomar decisiones así, nos sentíamos tan perdidos… Buscamos información y preguntamos a personas que sabíamos que tenían casos parecidos en la familia. «Nada, los únicos que, con los años, se ocupan de ellos son los padres o, como mucho, sus hermanos. El resto de la familia se desentiende.» «Mi madre no tuvo vida.» «Dudo que mi hermano sea feliz.» ¿Pero sería nuestra hija uno de estos casos o sería ese uno entre diez mil del que nos habían hablado los especialistas? Era imposible saberlo y teníamos dos días para decidir…

Dos días en los que el corazón te dice una cosa y la razón otra, y todo queda envuelto en miedo e  incertidumbre. La duda y la culpa te invaden. ¿Seremos capaces de proporcionarle la atención que va a necesitar? ¿Dispondremos de los medios para dársela? ¿Qué pasará cuando no estemos? Si ya es bastante duro seguir adelante estando bien, imagina si tienes problemas. La sociedad no está preparada y nosotros no podíamos exponer a nuestra hija a ese sufrimiento. Era injusto. El día 26 de julio ingresamos y empezamos el camino más largo de nuestra vida. Dar a luz, cogerla en brazos, despedirnos… Lo que sufres es indescriptible. Yo no quería aceptarlo, y él…

Bueno, yo me sentía tan perdido que no sabía ni si podría verla, pero por suerte estaba ahí el personal sanitario, que nos arropó como nadie. «Es ahora o nunca», ese fue mi pequeño momento. Ella ya la había empezado a sentir desde el primer día del embarazo, pero yo no. Los padres empezamos a serlo un poco más tarde, a veces demasiado tarde.

Cómo son las cosas, pasamos de la alegría más absoluta a estar de luto, y no un luto cualquiera, uno invisible. La gente no habla del aborto o las pérdidas gestacionales, son un tema tabú. Cuando te preguntan no quieren escuchar la verdad, quieren que les digas que ya estás bien. Pero no es verdad, no lo estás. El primer año es durísimo. Aparte de recuperarte de unas secuelas físicas importantes, y en mi caso muy graves, tienes que hacerlo psicológicamente. Pero ¿cómo? Hay días que crees que lo llevas bien y otros te das cuenta de que no es así. Acudes a grupos de duelo, tratas de conservar su memoria, haces un entierro simbólico y no dejas de mirar sus fotos, sus huellas… Sabes que tienes que superarlo y lo acabas haciendo, pero no al ritmo que te pide la sociedad. Para ellos está claro que «ya tendrás otro», «se te pasará». Legalmente, ni siquiera estamos reconocidos como padres. En los informes médicos pone «feto de la madre…». Pero sí soy madre, somos padres. Arlet es nuestra hija, ella existió y nunca la olvidaremos.

Es muy importante poder expresar de algún modo el duelo. Salir, escribir, lo que sea que te ayude a ir curándote. Olvidar nunca se olvida, pero se puede curar.

No te pierdas estas historias

4 Comentarios

Kerenny Andrea González Cubillo 19. 11. 2019 - 13:57

Así mismo se siente , lo vivimos en carne propia mi esposo y yo , ya son 3 meses de la partida de mi bebita Amanda , tenía 32 semanas de gestación cuando la perdí, duele el alma la vida pero se sigue claro pero no sé olvida 💔

Responder
Historias que importan 19. 11. 2019 - 14:04

Gracias por compartirlo con nosotros. Un abrazo.

Responder
Lis 19. 11. 2019 - 21:05

La leí debería cambiar…. si somos padres!! Tomar esa decisión es la más dura que tomaras el resto de tu vida. Como dice Marta esa duda y culpabilidad te acompañará por mucho tiempo por no decir para siempre. Nosotros tuvimos que tomar esa decisión a las 34 semanas de gestación!!! Como os entiendo!!!

Responder
Historias que importan 25. 11. 2019 - 14:58

Gracias, Lis por compartir tu historia. Un abrazo.

Responder

Únete a la conversación