Cuando nos conocimos ya le dije a mi marido que me hacía mucha ilusión tener hijos, pero que si por cualquier motivo no podíamos, yo estaba dispuesta a adoptar. Averiguaríamos dónde estaba el problema, pero no permitiría que me acribillaran con agujas. Respeto que otros lo hagan, hay gente que necesita que sean sus hijos. Para mí no era una necesidad, me daba igual que fueran de mi sangre o no. Él, que es muy práctico, me contestó que llegado el momento ya lo miraríamos. Entretanto, no hacía falta darle muchas vueltas. Y no las tuvimos que dar. En cuanto empezamos a probar, casi sin pensarlo, me quedé embarazada; primero del niño y, unos años después, de la niña. Ya teníamos la parejita. Ahí nos plantábamos. Yo ya tenía treinta y cinco años, y a esa edad ya te empiezan a hacer pruebas y a pinchar, así que no quería más embarazos. Sin embargo, ellos iban creciendo y yo no podía evitar preguntarme por qué no tener un tercero.
En mi casa somos cuatro hermanos y me tentaba mucho la idea de ser familia numerosa. Me gusta que haya vida en casa… Entonces vi un documental donde salían unos niños huérfanos que trabajaban en vertederos. «Lo único que echo de menos es que mi madre me cante al oído y me diga que me quiere», decía un niño con los ojos más bonitos que jamás he visto. Me impactó tanto… Algo se removió dentro de mí. Tenía claro que más embarazos no, pero ya no tenía ninguna duda, quería tener otro hijo. Había llegado el momento de recordarle a mi marido aquella conversación que habíamos tenido hacía ya más de seis años. Se lo planteé al día siguiente, en el desayuno. No me tenía que dar una respuesta en ese mismo momento, yo solo le contaba lo que me rondaba por la cabeza y él ya me contestaría cuando quisiera. Se lo podía pensar, la decisión final debía ser compartida.
La gente creía que queríamos adoptar por hacer una obra de caridad, pero eso nunca se nos pasó por la cabeza. Nuestra hija nació de nuestra voluntad, así de simple.
A media mañana me llamó desde el trabajo para decirme las fechas en que se hacían las reuniones informativas sobre adopción. «¿Cuándo quieres ir?» No me puse a saltar de alegría, pero poco faltó… Esa reunión marcó el inicio del proceso que nos permitiría tener otro hijo. Allí había mucha gente que buscaba información porque hacía pocos días que un huracán había azotado varios países de Latinoamérica. Pero a nosotros nos daba igual el origen, la edad o el sexo de la criatura. Lo que queríamos era volver a ser padres, no hacer una obra de caridad. Así que al final acabamos escogiendo China porque cumplíamos sus requisitos y solo teníamos que viajar al país una vez. Como teníamos a dos niños en casa, no podíamos desaparecer un mes entero o hacer varios viajes… En marzo de 1999 entregamos los papeles y en noviembre de 2000 teníamos en nuestros brazos a una niña hermosa.
El momento en que nos la entregaron fue emocionante. Había visto tantas veces su foto que la reconocí enseguida. Estaba asustada y lloraba en silencio, sin hacer ruido, solo unas lágrimas. Aun así, se agarró a mí como un koala. Tenía doce meses, era tan pequeñita… Desde el primer día le hice masajes, la llevé en brazos todo el rato,… quería conectar con ella y me parecía que esa era la mejor forma, y creo que funcionó. Nos habían dicho que los niños adoptados suelen tener problemas de apego, pero con ella nunca los tuvimos. Con el tiempo salieron algunas cosas. Al principio, cuando veía que preparábamos las maletas, se ponía a llorar. Una vez pensó que debía devolver los zapatos que le acabábamos de comprar. Y en una ocasión nos preguntó cuándo la íbamos a abandonar. No sabíamos muy bien de dónde salían esos comentarios y probablemente era muy pequeña para comprender lo que decía, pero siempre lo tratamos con mucha naturalidad.
Hicimos todo lo posible para que comprendiera que nosotros estaríamos allí de forma incondicional. Le fuimos explicando las cosas desde el primer día. Le contábamos que no había salido de la barriga, sino del corazón. Siempre le dijimos que su madre la debía de querer mucho para tener el valor de dejarla en el hospital con un día de vida, que había querido darle una oportunidad. Queríamos que conociera bien su historia para que nadie pudiera hacerle daño. Es imposible protegerles de todo pero, por lo menos, que tengan toda la información… De pequeña, ella no entendía por qué le decían que era china. «Esto era antes, yo ahora ya tengo los ojos redonditos, mamá. Yo soy china catalana», me decía. Quería que no se notara, pero eso no podía ser. Eso es algo que tuvo que aprender a aceptar con el tiempo.
Cuando va por la calle le siguen hablando en inglés o le dan folletos como si fuera una turista, pero se lo toma con humor. Su hermana y ella juegan incluso con la confusión de la gente cuando no comprenden cómo pueden ser hermanas. Creo que lo importante es que sepan la verdad y que todo se trate en casa con normalidad. Para nosotros ha sido algo muy natural, no lo hemos pensado demasiado. Nos hemos limitado a ser padres. No hemos vuelto a China porque no hemos tenido ocasión, pero ella sabe que puede ir cuando quiera. A mí me gustaría regresar al lugar donde nos la entregaron, pero desde que escribió el libro tengo la sensación de que quiere ir sola. Quizá te lo cuente ella en su historia… Sea como sea, se lo respetaremos. Ella tiene claro que somos su familia y eso es lo que importa.
Su libro lo sentí como un homenaje, no a mí, sino a las madres y los padres en general. No puedo describir con palabras lo que sentí.
1 comment
Grades personas un abrazo