Fue a principios de los años noventa, creo que tenía quince o dieciséis años. Por aquel entonces vivía en Ibiza y pasaba los veranos en Galicia, en el pueblo. El primer año, con mi prima, conocimos a una pandilla y pasó lo normal a esas edades. Todo el mundo comentaba, a ver quién te gusta, quién no… Ese año no me junté con nadie, pero al siguiente empecé a salir con un chico del grupo. Éramos «novios» o lo que se pueda considerar que eres a esas edades. Por lo menos en nuestra época, salías con los amigos y, como mucho, te dabas cuatro besos. Y eso hicimos hasta que llegaron las fiestas. El primer día todo fue normal, pero al día siguiente me montó un buen número. Sin venir a cuento, se enfadó conmigo… tanto, que se marchó a su casa mucho antes de lo previsto. Yo no lo sabría hasta muchos años después, pero esa noche ya se empezó a ver qué tipo de persona era.
Me quedé con el resto del grupo. Cuando la orquesta terminaba, solíamos ir a la playa a tocar la guitarra y tomar algo. En el camino hacia allí, yo iba charlando con un amigo del grupo. No recuerdo de qué hablábamos. Sé que nos fuimos quedando atrás pero, para cuando me doy cuenta, se me echa encima. Me arrincona contra la pared y me intenta besar y toquetear. «Pero, ¿qué haces?», le dije. «Suéltame, ya sabes que tengo novio, no quiero ponerle los cuernos». Ahora lo pienso y me parece horrible que me defendiera alegando que me tenía que respetar porque tenía pareja, no porque yo no quería que me hiciera aquello… Me acabó soltando. No sé si fue porque yo chillaba demasiado o porque vio que no iba a ceder, pero me dejó ir. Nadie más se enteró. Todos sabíamos que ese chico era así y, además, eso era lo que se suponía que hacían los chicos, o eso creíamos…
A ellos se les educaba así, era normal que tratasen de ir más allá. Nosotras éramos las que debíamos cuidarnos y hacernos respetar.
Pero esa no es la historia principal; hay más, mucho más. Un par de días después organizamos una fiesta en el monte, a las cinco de la tarde. Había música, bebida… Por aquel entonces, yo todavía no tomaba mucho alcohol, pero ese día llegó un momento en que todo el mundo estaba bebido menos yo. Así que, con mi madurez de adolescente, empecé a beber también. Pasé de estar normal a estar casi inconsciente en unos minutos. Me encontraba mal y decidí apartarme del grupo, necesitaba tumbarme. Fui a apoyarme a un árbol y no sé si me dormí o qué pasó exactamente, solo recuerdo que las luces se apagaron. Fue entonces cuando, de repente, me desperté. Sentía que no podía respirar, me estaba asfixiando… No sé cuánto duró eso o qué pasó antes, pero la sensación de ahogo era que tenía un pene en la boca… el pene de quien se suponía que era mi «novio», ese que hacía dos días se había enfadado conmigo.
Abrí los ojos y le dije que iba a vomitar. Sentí tanto asco, cómo me podía estar haciendo eso… No sé si fue por el alcohol o por lo que estaba sintiendo en aquel momento, pero acabé vomitando de verdad. Él no me dijo nada, se abrochó el pantalón y se fue. Me dejó allí tirada hasta que mis amigas se dieron cuenta de que hacía rato que no me veían. No me atreví a contarles nada y, lo más triste, ni se me pasó por la cabeza que aquello fuera una agresión sexual: primero, porque salíamos juntos y, segundo, porque una vez más eso era lo que se suponía que hacían los chicos… Me di cuenta de que no podía seguir con él, pero no hice nada más. Me sentía mal y estaba muy enfadada, pero no quería que se supiera. El problema fue que ya él se encargó de ir contando lo que le dio la gana, que si le había hecho una felación, que si habíamos tenido relaciones… En aquel momento no me enteré. Noté que las chicas del grupo ya no me trataban igual, pero no supe el motivo hasta años después.
Allí fue cuando también descubrí que el ataque que había sufrido el día de la pelea había sido orquestado por «mi novio». Al parecer, su amigo estaba interesado en mí y decidieron que la pelea se lo pondría todo más fácil. Ese es el tipo de persona que era y es, un violador que a saber a cuántas chicas más habrá agredido… Con el tiempo, me di cuenta de que lo que había sufrido era una violación. Cuando pasó era una niña, pensaba que era normal que lo hombres actuaran así. Sin embargo, no lo es. Y te das cuenta de ello el día que te encuentras a tu agresor y te escondes porque te sientes avergonzada. Te dices a ti misma que no le dices nada porque está con su hijo, pero no es verdad. Te ha dejado secuelas, más de las que creías, y la única escapatoria que te queda es esconderte detrás de las estanterías del supermercado… o, quizá, también decirle al mundo que no hiciste nada malo, que no fue tu culpa. No somos las chicas quienes tendríamos que cuidarnos; son ellos los que deberían respetarnos.
Es muy bonito decir a las mujeres que deben denunciarlo, pero antes que nada están ellas y su salud mental. No puede ser que la denuncia pueda suponer un infierno para las mujeres.
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Por supuesto que no tienes nada de qué avergonzarte. Se debería avergonzar el criminal que te lo hizo y sus cómplices, los que primero le ayudaron a orquestarlo y después a ocultarlo. Tú fuiste víctima, eso no es vergonzoso. Aunque sin duda es doloroso y en aquellos momentos la sociedad estaba “educada” para que te sintieras avergonzada. Entiendo perfectamente que entonces no pudieras denunciar y siento horror al pensar cuántos años ha durado tu violación. Hoy en día hemos mejorado un poco, si bien tú y yo sabemos que aún queda mucho por mejorar. Por eso te agradezco muchísimo que hayas tenido el valor de contarlo. Espero que tú te hayas quitado un peso de encima, que ese tabú con el que te han obligado a vivir durante tanto tiempo se quede atrás. Lo que has contado servirá para evitar que vuelva a sucederle algo así a alguna otra chica. Desgraciadamente no se evitará siempre, pero quiero creer que, al menos en alguna ocasión, algún violador en potencia se arrepienta antes de violar a nadie, por el hecho de saber el daño que va a causar. Y eso se lo deberemos a personas valientes como tú que denuncian cuando y como pueden. Gracias, Blanca, por tu valentía.