Cada día es un regalo

historias que importan, duelo, superación, depresiónHace cinco años mi vida era muy normal, como la de cualquier otra persona. Era una estilista dedicada al mundo de la moda a quien las cosas no le podían ir mejor. Había comenzado a los veintiún años y, tras veinte años, tenía un negocio más que establecido. Mi tienda de ropa y complementos funcionaba muy bien y cada vez me solicitaban más servicios de estilismo; tanto, que decidí cerrar la tienda y dedicarme solo a la asesoría de imagen, que era lo que más me gustaba. Me encontraba en un momento perfecto. Entonces, en medio de ese cambio, empezaron a surgir problemas en mi familia y llegó una etapa muy oscura que nos envolvería por completo durante más de un año.

En catorce meses fallecieron once personas muy importantes para mí, entre ellos mis dos hermanos y mi madre (mi padre había muerto cinco años atrás). Y, en la misma época, también perdí mi útero, un ovario y una trompa en dos cirugías distintas. Fue todo tan seguido que no nos permitimos ni llorar. Pero es que no podíamos; moría uno y te necesitaba el otro. Para que te hagas una idea, mi primo murió quince días después de mi hermano y mi madre se fue a los veintiún días de haber fallecido mi otro hermano. Fuimos solapando una cosa con otra hasta que murió ella, que fue la última en irse. Ahí fue cuando mi cuerpo se derrumbó. ¿Cómo supera una tantos duelos a la vez? ¿Y la transformación que había sufrido mi cuerpo?

retrato, portrait, dueloEstaba muy débil. Solo habían pasado tres meses desde la operación. El alta me la habían dado justo tres días antes del fallecimiento de mi madre, pero yo no estaba bien. Nunca imaginé lo mal que te encuentras cuando te sacan el útero. Eso también es un duelo. Casi nadie se da cuenta, pero sientes como si dejaras de ser mujer. Y tengo la suerte de que no quería ser madre, pero no me puedo ni imaginar cómo lo debe pasar una mujer que desea tener hijos… Había tantas cosas rotas dentro de mí que no pude trabajar ni un día. Sufría unos dolores de cabeza tan fuertes que no me podía concentrar y me olvidaba de las cosas. Incluso llegué a pensar que tenía algo en la cabeza. Sin embargo, el diagnóstico fue claro: estrés postraumático. Estaba bloqueada por todo lo que había sucedido y así estuve hasta que, unos meses después, toqué fondo. Jamás podría volver a ser feliz, esta vida no merecía la pena…

Pese a estar bajo tratamiento, no veía salida alguna y la situación se agravó cuando la inspectora de trabajo dijo que debía regresar al trabajo. Eso era lo que me ayudaría a salir de ese agujero. Según ella, trabajar era terapéutico. Y, aunque sentía que no podía, me obligué a probar. Quizá ella tenía razón, así no pensaría tanto en lo que había pasado. Empecé como pude e, ironías de la vida, tuve la «suerte» de romperme el pie. Digo suerte porque, aunque en ese momento lo sentí como una desgracia, más adelante me di cuenta de que había sido lo mejor que me había podido pasar. Unos meses antes, yo ya había decidido pedir ayuda a otros profesionales; esta vez, de pago. Así que, gracias a lo que me habían estado enseñando mi psicóloga, mi coach y mi psiquiatra, decidí no hacer nada. Simplemente quedarme tumbada con mi pierna rota.

Te dicen que vuelvas al trabajo para no pensar en lo que te ha pasado, pero el problema es que lo único que haces es negar la realidad.

Ahí fue cuando empecé a reaccionar y a trabajar los duelos de verdad. Ese tiempo de reposo me permitió darle la vuelta a la historia. En lugar de pensar que los había perdido y ya no los volvería a ver, comencé a darme cuenta de la suerte que había tenido de haber disfrutado de todas esas personas en mi vida. Esos seres maravillosos que habían sido mis hermanos me habían aportado tanto que merecían ser recordados por eso y no por lo que se habían llevado. Sí, debía llorar y vaciar lo que tenía dentro, pero era necesario soltar. A ellos no les hubiera gustado verme así. Así que, poco a poco, me fue pasando mi enfado con la vida, y yo fui recuperando la esperanza y la ilusión. Comprendí que con lo difícil también se puede.

Para lograrlo fue muy importante contar con la ayuda de mis terapeutas, tener ganas de sanar y encontrarme con mi espiritualidad. Con eso quiero decir que aprendí a estar conmigo misma. En mi caso, lo que más me ayudó fue la meditación, pero para otros puede ser bordar, escribir, pintar… cualquier actividad que a una le tranquilice y le proporcione un momento de paz. Hay quien después de perder a alguien no se permite ser feliz. Yo quiero enseñarles que sí se puede; tan solo hay que verlo desde otro ángulo y no olvidar que nadie nos dijo que estaríamos aquí hasta los ochenta años. Eso no es más que falsa expectativa, y cuando empiezas a entenderlo, te das cuenta de que cada día es un regalo.

Si te comprometes contigo misma, puedes ser feliz.

vida, superación

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1 comment

Maria Bruguera 17. 02. 2019 - 16:53

Valiente, valiente, valiente. No tengo palabras.
Una gran historia y una gran persona.
Bravo por las dos!

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