En el pueblo, cerca de los míos

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Si algo me define, es que me he quedado aquí, en el pueblo, cerca de los míos. Sé que a algunos les extrañará, al fin y al cabo hasta hace bien poco la gente creía que el que se iba volaba muy alto. Yo misma me lo llegué a creer. Eso de «ser de pueblo» estaba muy mal visto y la gente conseguía que te sintieras avergonzado de tus raíces. Pero ya no, este es mi mundo y soy la prueba de que en un pueblo pequeño también se puede llegar lejos y ser feliz.

Al principio no fue una decisión consciente. Siempre había estado bien cerca de mi familia, pero como muchos otros me fui a estudiar fuera y traté de abrirme camino lejos de aquí. Estudié logopedia y decidí hacer las prácticas en un hospital de Badalona. Pronto me di cuenta de que esa no era mi realidad. Deseaba volver a mi pueblo.

Sin embargo, el paso que quería dar era de todo menos sencillo. En ese momento la logopedia no gozaba del reconocimiento que tiene ahora y, además, yo me había especializado en algo muy concreto que todavía dificultaba más mi vuelta.

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Nunca me he imaginado viviendo lejos de mi familia. Si me tuviera que ir, sentiría un gran vacío.

 

Pero la vida siempre esconde un as bajo la manga. Cuando ya estaba en el último curso, una familia del pueblo me llamó para pedirme ayuda. Querían que me ocupara de la recuperación de la abuela, que había sufrido un accidente vascular y los viajes a Gerona se le hacían muy pesados. Yo todavía no estaba colegiada y no me sentía capacitada para llevar el caso, pero decidí llamar a su logopeda para ver si podía hacer algo.

Todavía hoy me pregunto cómo me atreví a llamarla. Nunca olvidaré ese día, la llamé desde una cabina de teléfono y lo más sorprendente es cómo me atendió. Nos reunimos, me explicó el caso y me animó a llevarlo. Simplemente me pidió que, cuando tuviera dudas, me asesorara. Gracias a Cati, que se convertiría en mi mentora, empecé a trazar mi regreso al pueblo.

Me tocó abrirme camino. Aquí no había ninguna consulta de logopedia y tuve que empezar desde cero. Mi familia me ayudó a montar un pequeño despacho y los primeros años fueron más que complicados. Al principio solo tenía dos clientes, así que me vi obligada a coger otros trabajos para poder pagar el alquiler del local. Los fines de semana trabajaba en una embotelladora y entre semana iba a un centro de enfermos de párkinson cerca de Gerona.

Ese trabajo me gustaba mucho, pero pronto volvieron las ganas de centrarme en mi querido pueblo. Me arriesgué y las cosas fueron bien. Poco a poco mi negocio fue creciendo hasta convertirse en una gran consulta con tres logopedas, una psicóloga, un pedagogo y una educadora especial. Nuestros servicios no tienen nada que envidiar a un centro de ciudad y no hay nada que me haga más ilusión que poderlos ofrecer en el lugar que siempre quise.

Poder ver cómo mejoran los niños que tu conoces es muy gratificante.

Entretanto, no solo creció mi negocio, sino que también aumentó mi familia. Me convertí en madre y ahí es donde todavía valoré más el hecho de vivir en un pueblo y cerca de mi familia. Poderles dar a mis hijos la misma infancia que yo tuve no tiene precio. Como madre, puedo disfrutar de ellos a un ritmo mucho más pausado y ellos, como niños que son, pueden jugar en la calle, volver a casa solos y, sobre todo, disfrutar de sus abuelos cada día.

No sé cómo explicarlo ni quiero convencer a nadie, pero para mí esta es la mejor vida que puedo tener y es a lo que siempre había aspirado. Ser de pueblo no me hace ni mejor ni peor, simplemente es lo que soy y lo que me gustaría seguir siendo durante mucho tiempo.

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