Estaba trabajando. Me encontraba en un muy buen momento. Era comercial de unos viñedos pequeños, había conseguido hacer crecer el negocio, el trabajo me encantaba, acababa de empezar una relación… No podía pedir más; era la vida perfecta para un chico de treinta y cinco años. Pero, entonces, todo se desmoronó. No recuerdo muy bien qué ocurrió. En mi mente hay un lapso de un año y medio en el que todo es muy difuso. Lo que sí sé es que tuve un accidente de coche que me causó un traumatismo craneoencefálico y un derrame cerebral que me dejaron diversas secuelas, como problemas de tacto, sensibilidad, movilidad y, sobre todo, de visión. Perdí la vista por completo, me quedé ciego.
Durante meses, tras el accidente, no fui consciente de nada. No sabía si había desayunado, comido o cenado. Me sentía completamente desorientado. En mi vida no existe ese espacio de tiempo. Me dicen que pasé por diversos hospitales y recibí distintos tratamientos. Sin embargo, yo tan solo recuerdo que estaba desesperado, enfadado con el mundo y conmigo mismo, no estaba bien en ningún lado, no quería saber nada de nadie. Todos me molestaban y lo único que pensaba era que, para quedarme así, prefería irme. Yo no quería esa vida… derramar un vaso porque no lo ves, no encontrar el baño, no saber qué ropa te estás poniendo, no acertar a poner la pasta de dientes en el cepillo, no poder salir solo a la calle, necesitar ayuda para todo…
Espero que la gente se haya olvidado de esa época porque no traté bien a nadie.
Un situación así te supera, te sientes incapaz de luchar, te rindes por completo… hasta que llega un día en que alguien o algo te hace despertar. Puede ser una persona, una frase, un tono de voz, un comentario; para mí fue el silencio de mis padres. Era un día de las Navidades de 2015, estábamos cenando y les pregunté dónde había tomado las uvas el año anterior. No hubo respuesta, nada, solo un suspiro profundo. Ahí pensé «tío, sí que la has liado…» Me di cuenta de que debía volver a controlar mi vida, no podía seguir así, por mí y, sobre todo, por ellos. Aunque me costó, empecé a esforzarme en recuperar la rutina y seguir las pautas que tanto la ONCE como mis terapeutas me marcaban. Ellos, Laura, Yolanda, Germán, Irene, Uxue y Laura fueron los que me dijeron que debía canalizar esa rabia, que me iría bien ponerme a estudiar.
En un primer momento creí que estaban locos, cómo iba a ponerme a estudiar si no veía, bastantes problemas tenía ya… Lo curioso es que, como te has dejado ayudar, te empiezan a entrar ganas de ayudar a otros. Vas a la piscina a hacer rehabilitación y te encuentras con compañeros que tienen otros problemas, algunos más graves que los tuyos, y piensas «si podemos nadar juntos, ¿por qué no podemos unirnos y luchar por nuestros derechos?». Y, sin darte cuenta, en cuatro años acabas fundando una asociación, te presentas a las pruebas de acceso a la universidad y empiezas a estudiar Ciencias Políticas y de la Administración. Y no lo haces a distancia, sino que te aprendes la ruta hasta la universidad y un buen día te ves recorriendo cuatro kilómetros tú solo, asistiendo a clase, desayunando con tus compañeros de curso y colaborando con la propia Universidad de Girona para que, poco a poco, todo vaya siendo más accesible.
No es fácil llegar hasta aquí. Cuando te pasa algo así tienes dos opciones, quedarte en ese rincón en el que te encuentras en la etapa inicial o intentar reconstruirte con lo que ha quedado de ti y generar nuevas oportunidades o aprovechar las que te ofrecen, que no son muchas, pero siempre las hay. Aquí ocurre algo que la sociedad no acaba de entender y es que para, poder lograrlo, necesitas volver a creer en ti. Volver a tener fuerzas para ducharte, afeitarte, cocinar, vivir solo… ¿Cómo lo haces? Pues primero debes poner orden dentro de ti, y eso solo se consigue aceptando la ayuda de profesionales. Aquí no sirve lo de «querer es poder». Necesitas a alguien que te guíe y te acompañe. Cuesta aceptarlo, pero se puede vivir pidiendo ayuda.
De hecho, cuando lo haces, llega un día en que eres tú quien ayuda y acabas haciendo cosas que nunca habrías pensando, como montar una asociación o cocinar para tus padres. Podríamos decir que cambias el paradigma porque, cuando cocino para mis padres en mi propia casa, no les estoy invitando a comer, les estoy dando seguridad, confianza, tranquilidad, pero antes de dárselas a ellos, me lo he tenido que creer yo. La verdad es que vives una revolución interna absoluta. La ceguera es muy claustrofóbica, eres prisionero de ti mismo. Genera mucha angustia porque no controlas tu entorno, pierdes el derecho a improvisar. Yo sé que tengo un piso y que estamos aquí sentados, pero no lo veo. Tengo una pareja a la que jamás he visto, mis padres nunca envejecerán para mí, se han congelado en el tiempo, y tengo tres nuevas sobrinas que no he visto nunca, pero estoy aquí y sigo escuchando sus sonrisas.
Para seguir adelante necesitas gasolina, la mía son mi familia, mi pareja y mis compañeros de Multicapacitats.
3 Comentarios
Ahir vaig estar a punt de deixar el cotxe ocupant un pam del pas de vianants, un pas zebra, però no ho vaig fer, ahir encara no havia llegit l’article “ perdí la visión “ ara estic doblement satisfet perquè he llegit aquest testimoniatge impressionant i també per no haver estat un obstacle més per la vida quotidiana de algunes persones
Ben fet, Joan. A vegades no som del tot conscients del que pot suposar per algunes persones el que per nosaltres no té gairebé importància.
Quin esperit de superació! M’ha agradat molt llegir-ho i et fa reflexionar molt! Gràcies Isaac i Dolors per aquesta història.