La tienda la abrieron en 1975 dos hermanas, Marta y María Ángeles, y se llamó Etcétera porque la idea era que abarcara diferentes secciones como juguetes, papelería y, ya en 1976, libros. Y así funcionó hasta 1987 cuando, tres años después de habérnosla quedado mi mujer y yo, decidimos dar el salto y dedicarnos únicamente a los libros. En aquel momento nos trataron de locos. «¿Cómo vais a vender solo libros?», nos decían. Nadie lo entendía, pero nosotros estábamos seguros de que especializarse era la mejor opción y, contra todo pronóstico, aquí seguimos treinta y un años después.
Evidentemente, no siempre ha sido fácil. Por un lado, las diversas recesiones que ha habido. Primero la crisis económica en la que se sumió el país y después la crisis del sector con los libros electrónicos o, mejor dicho, con el pirateo de esos libros. Porque, seamos claros, eso es lo que más daño hace, la descarga ilegal. Si bien es verdad que la lectura digital ha ganado muchos adeptos, sigue habiendo muchas personas que prefieren el papel. Por otra parte, hay otro problema muy importante que ha causado el cierre de muchas librerías y del que apenas se habla: la idealización del oficio.
Cuando la gente piensa en un librero, se imagina a un señor mayor, con gafas, más bien interesante, que espera la llegada de los clientes leyendo en su rincón detrás de la caja registradora y que, en cuanto abres la puerta, te mira por encima de sus anteojos y te pregunta qué necesitas. Siento decirlo, pero esa imagen está muy alejada de la realidad. Los libreros somos personas normales y corrientes que nos pasamos el día peleando con editoriales y proveedores, gestionando pedidos, ordenando libros, organizando eventos y, ante todo, intentando sobrevivir. Por supuesto que leemos pero, en el mejor de los casos, el tiempo de lectura queda relegado a nuestro tiempo libre. En la tienda no tienes tiempo de leer.
Tampoco somos prescriptores culturales, ni estamos al mismo nivel que los escritores o los traductores. Ellos hacen el trabajo y nosotros vendemos libros, y olvidarse de eso significa cerrar. No hace falta que nos pongamos medallas. Sabemos que es un sector complicado y poco gratificante porque la cultura aquí no se paga y se subvenciona poco. Aunque, en mi opinión, las ayudas tendrían que ir a otras disciplinas artísticas que, como el ballet, nunca podrán ser rentables. Nosotros debemos ganarnos la vida vendiendo libros. Eso puede que nos obligue a vender el último best seller o a un escritor nórdico muy sofisticado, pero ¿qué más da? No debería preocuparnos tener que vender libros más comerciales. No cuesta tanto y hay que ser realistas; solo así podremos mantenernos a flote.
Es un oficio que te tiene que gustar. Si buscas hacerte rico, estás en el lugar equivocado.
Por otro lado, una persona que quiera dedicarse a esto debe ser humilde y tener interés. Nunca se llega a saber todo lo necesario y jamás se puede leer todo lo que se publica; aun así, hay que ser curioso. Por nuestras manos pasan todo tipo de géneros: infantil, fantasía, ciencia ficción, novela, ensayo… Y siempre somos conscientes de que tan solo rascamos la superficie del enorme fondo del que disponemos. Piensa que, de media, entre los tres que estamos aquí (Pedro nos ayuda desde hace catorce años) conseguimos leer unos cien libros al año. Solo en España, cada año se publican miles de libros (en 2017 se registraron más de ochenta mil). Así que, puedes echar cuentas, no logramos tocar ni una mínima parte de lo que hay en el mercado.
¿Por qué nuestros clientes vienen a nosotros y no se van a una gran librería o compran por internet? Porque cuando alguien entra por la puerta, sabemos quién es. Su abuelo ya era cliente nuestro, después, él mismo nos ha comprado libros, y ahora empiezan a llegar sus hijos. Así, generación tras generación, conservamos nuestra cartera de clientes. La gente pasa por la calle y ve que todavía existimos. Se acuerdan de nosotros y saben que estamos aquí para ellos. Ellos saben que, si no tenemos algo, se lo podemos encargar y que, si nos piden una recomendación, se la damos. Este es su espacio, tu espacio.
Esa es la idea con la que creamos la librería, y nos hemos mantenido fieles a ella. Evidentemente, no podemos negar que, con la experiencia que tenemos ahora, quizá ahora optaríamos por otro camino. El oficio de librero no es sencillo y el mundo editorial está muy anquilosado. Todo el sector necesita un buen replanteamiento que no sabemos cuándo llegará. Sin embargo, aquí estamos en nuestro histórico local y seguiremos dándolo todo como hasta ahora. La librería es nuestro hijo; la única diferencia es que, por las noches, en lugar de dar biberones nos entregamos a la lectura.
Estoy convencido de que la clave está en el trato. Solo así se explica que sigan viniendo.